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Lost in Mongi

Televisión

De mentirijillas, mentiras piadosas y corrección política

¿Cuántas veces habremos oído la frase ‘para que te quieran los demás tienes que empezar queriéndote a ti misma’? Muchos, cuando la dicen, realmente intentan convencerte de algo. Realmente te miran con los ojos convencidos esperando que lo creas y que, al día siguiente, cuando los veas, no pares de contarles todas las virtudes que has descubierto mirándote al espejo al levantarte de la cama. Otros la sueltan por intentar animarte, así como quien da una palmadita en la espalda, sin darle mayor importancia que la que tiene una frase hecha y más que relamida. El tercer tipo de mentirosillo sería el modelo happy-happy, aquel que cree que no hay nadie feo en el mundo porque es un sitio maravilloso y sólo hay gente que no acaba de aceptarse tal como es, o lo que es lo mismo, estupendísimamente maravillosa (a este tercer tipo es al que algún día obsequiaré con una camiseta con el siguiente mensaje: Aviso para optimistas: el creador de la abeja Maya se suicidó). 

Realmente la belleza nunca ha pasado de moda y no descubriré América si afirmo que no es, en absoluto, un hecho objetivo. Todo está en el ojo del que mira, eso ya lo sabemos todos. Pero el problema es que alguien ha dado la llave –o más bien el mando- a los denominados happy-happy para hacerse con la televisión actual como recurso para mostrarnos que, si no somos bellos, es porque no queremos –ya sea serlo o vernos como tal-.  

Con la premisa de serlo llegó a la parrilla televisiva esa aberración que lleva por nombre Cambio radical y que pretende, mediante el artificio menos sutil, hacer creer a unas –y, por ahora, uno- pobres desgraciadas que el motivo de su infelicidad está nada más y nada menos que en su físico y que, con el simple toque de una varita mágica –o más bien, un bisturí- todo va a desaparecer detrás de una nueva nariz o una nueva delantera. No vamos a ser tan tontos como para negar que la cirugía estética quita complejos, por supuesto que sí. Pero… ¿es acaso la cirugía estética la panacea del siglo? Porque quizá no es sólo un buen aspecto –en muy pocos de los casos- lo que logramos gracias a ella. Viendo Cambio radical hasta el más duro de mollera se cree que, con unos litros menos de grasa y una dentadura nueva, seremos felices y comeremos perdices. Se acabarán los días de vernos como fracasados, no tendremos problemas con nuestra pareja, nuestra situación laboral será inmejorable y todos nuestros sueños se harán realidad, sobre todo si son tan simples como llevar a nuestro sobrino a Eurodisney.  

Con la premisa de vernos como tal –bellos-, hoy se ha estrenado en Cuatro el programa Desnudas, basado en el formato inglés How to look good naked, en el que el diseñador Juanjo Oliva pretende devolver la seguridad a mujeres reales (como les encanta decir) enseñándoles a sacarse partido sin cirugía ni dieta. Dicho así parece un rayito de esperanza… pero no nos engañemos, porque aquí la esquizofrenia es de traca.

a)     ¿Cómo dar cabida a un programa como Desnudas siendo la cadena que emite Supermodelo? Claro que podrían tomarse ambos programas como hechos aislados, pero creo recordar que concursantes de Supermodelo eran, en muchas ocasiones, consideradas gordas no sólo por ellas mismas sino por sus compañeras, el profesorado y cualquier bicho viviente que comentara el programa. Así que ése no es un buen punto de partida para emitir un programa como Desnudas que apuesta por esa belleza que quieren hacernos creer que consideran real por no decir del montón -o del fondo del montón-.

b)     Se supone que estamos ante mujeres bellas, de nuevo reales –pronúnciese con el tonito inclusive-, discriminadas por unos cánones de belleza ilusorios e injustos. Proclamamos a estas mujeres normales –en un uso atípico de esta palabra como algo ventajoso- pero, a la par, utilizamos de sintonía un –gran- tema que reza Big girls you are beautiful. Veamos… Pongámonos de acuerdo. ¿Son reales o son grandes? ¿Las consideramos bellas o sólo queremos hacer de ellas un discurso en pro de lo políticamente correcto?

c)     El uso de la denominación belleza real denota una falta de sinceridad, como poco, irrisoria. En el caso de hoy en Desnudas teníamos a Conchi, una mujer de 34 años, madre de dos hijos, separada y con pareja. Empezamos por decir a Conchi que no es tan fea ni gorda como ella cree, que realmente es estupenda y, por la calle, todo el mundo le da un 8 a su físico y sus curvas les parecen sexys y maravillosas a chavales acompañados de muchachas esqueléticas (¿¡!?). Convencemos a Conchi de que su físico no tiene ningún problema grave, pero acto seguido la enviamos a una especialista en corsetería que la forra de arriba abajo con un sujetador, una faja –llamada ballena o algo por el estilo… increíble- y unas medias que esconden todo aquello que Conchi debe tapar. Eso incluye la barriga, las cartucheras –señaladas cual golpe de timbal con un sopapo en las susodichas por parte de la corsetera- y las rodillas de Conchi. Y uno se pregunta… ¿pero no era Conchi estupenda? ¿Pero no le daban un 8 por la calle? ¿Entonces por qué tiene que taparse? Por supuesto que nunca vienen mal unos consejitos sobre las cosas que nos favorecen, pero si en cada programa van a repetir que hay que llevar faldas evasé para disimular las caderas… No apostamos por la belleza real, apostamos por la belleza escondida: para ir bellas y ceñidas ya están las modelos y todas aquellas –cada vez más- que se enfundan una 34 -denominada por estos lares mongianos como talla brazo, por la estrechez de las piernas, o talla cabeza, por la estrechez de cintura-. El resto: ¡a taparse se ha dicho! Que nadie note que, bajo la falda a kilómetros de la línea de nuestras caderas, nuestro trasero no es una prolongación de nuestra espalda, no vaya a ser que, a estas alturas, se vaya a descubrir que existen los culos y que entre los muslos de una mujer no hay espacio para aparcar bicicletas.


En este punto nos hemos desviado ya de la frase con la que abríamos esta perorata. ‘Para que te quieran los demás tienes que empezar queriéndote a ti misma’. Hoy he empezado a ver Desnudas y he de reconocer que no soy una fiel seguidora de Cambio radical, pero cada caso que he visto, cada persona a la que he visto acomplejada y retratada en ambos programas, tenía pareja. ¿¿¿Cómo ha sido eso posible??? ¡¡¡Se ha obrado un milagro!!! Gente con narices horrendas, dientes imposibles, muslos generosos… todos ellos con pareja, con gente que, a pesar de los defectos, les ha aceptado tal como son sin que ni siquiera ellos mismos lo hagan. Y digo yo… ¿los complejos no son cargas insoportables cuando nadie nos acepta por ellos -incluidos nosotros mismos, claro-? ¿Qué es lo que lleva a esta gente con familia, con parejas enamoradas hasta la médula, a sentirse desdichados por una superficie estúpida? Que me regalen sus grotescas narices, sus pechos caídos o más grasa para mis pantorrillas. Una sola persona, UNA, que pueda aceptarnos incluso con las cosas que más horribles nos parecen es el mejor antídoto para la autoestima baja o inexistente. Y si no, a ver quién es el listillo que se inventa una nueva frase políticamente correcta para los tiempos que corren.

El miedo

El miedo

Qué curioso es el miedo. Por ejemplo, no quisiera resultar escatológico, pero alguien se ha preguntado: ¿por qué nos cagamos de miedo y, por el contrario, nos meamos de risa? ¿Pueden intercambiarse los valores? O ¿puedes tener mucho miedo y reírte, cagarte y mearte del susto, todo a la vez? También pasa que, cuando tienes miedo, te quedas blanco. ¿No sería más práctico ponerte fucsia con topos verdes? Para desconcertar al enemigo, digo yo. Rollo Ágatha Ruiz de la Prada.

Cuando te dan miedo cosas pequeñas no es miedo, es fobia. Si te dan miedo las arañas, se llama aracnofobia (que también es una peli, muy mala, pero una peli). Si te da miedo María Isabel, eso es... eso es normal. Lo que no entiendo es por qué una araña nos da miedo y, en cambio, un centollo no. ¿Han visto un centollo de cerca? No es que lo creara un becario, es que lo hicieron cuando ya se iban y de cualquier manera. ¿Por qué no existe la mariscofobia? Bueno, la mariscofobia te entra cuando tienes que pagar la cuenta. En cualquier caso, es muy raro que nos den miedo algunos seres inferiores. ¿Por qué? ¿Qué te puede hacer una cucaracha de dos centímetros? ¿Te va a insultar? ¿Te va a hacer cortes de manga con las patitas?

Los humanos somos tan tontos que si no tenemos miedo nos lo inventamos. Los monstruos, sin ir más lejos. Los monstruos suelen ser criaturas imaginarias mezcla de un hombre con otra cosa: el hombre lobo, mezcla de un hombre y un lobo; el vampiro, mezcla de un hombre y un murciélago, y la momia, mezcla de un hombre y el perrito de Scottex. Eso sí, para que el monstruo imaginario dé miedo es importante elegir bien la mezcla. Por ejemplo, el hombre plancha sí es imaginario, pero no acojona. Te pones a luchar con él y te hace la raya del pantalón.

Otra cosa que nos da mucho canguelo es la gente que se muere y vuelve. Hay dos clases. Por un lado, están los que vuelven sin el cuerpo, que se llaman fantasmas porque vuelven un poco sobraos: ’Mira tío, paso por las paredes sin cuerpo ni movidas, paso de puertas, paso de todo...’. Y luego están los que vuelven con el cuerpo puesto, que son los zombis. Son los que no tienen presupuesto y van con lo puesto. Bueno, más que puesto, descompuesto. Con la ropa hecha unos zorros, vamos. Y, además, vuelven como atontaos, como cuando llegas a casa de marcha, a las seis de la mañana, con ese hambre de origen conocido y te vas directo a la nevera: ’¡Tortilla de patata!’. Aunque a mí me caen bien los zombis. Yo creo que si tuviera mascota, tendría un zombi. Le pides la patita y te la da. Pero de verdad.

Lamentablemente, en esto del miedo, la realidad siempre supera a la ficción. Si el hombre lobo se presentara a unas elecciones, yo le votaría. Por lo menos, sabes que te va a quitar el sueño sólo cuando hay luna llena.

Buenafuente, 3 de noviembre de 2005