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Lost in Mongi

La cuadrilla de los seis

La cuadrilla de los seis

Lejos de los casinos de Las Vegas y de la mano de José María Forqué, Atraco a las tres se sustenta gracias al rat pack cañí que se decide a robar en el banco en el que ellos mismos trabajan, emulando más al Atraco perfecto de Kubrick que a la cuadrilla de Lewis Milestone. Y, ¿apreciamos la diferencia entre Frank Sinatra y José Luis López Vázquez? ¿O Angie Dickinson y Gracita Morales? Claro que sí. Cuando el Martini se vuelve orujo y el caviar un cocido madrileño, estamos hablando del glamour castizo.

En una España cerrada al exterior, el star system de Hollywood parece habitar en un lugar más allá del Sistema Solar, y qué mejor que mirar a la tierra, a la calle, al español medio, para retratarlo como es. Así surge esa galería de personajes con los que muchos se identifican, se ríen o fantasean con la rutina, en un mundo irreal donde las vedettes seducen a torpes empleados de banco y los intentos de robo quedan impunes. Y cada uno cumple su rol, claro desde el ágil comienzo de la película. Aunque es, quizá, viéndola desde los ojos del que ha visto pasar más de cuarenta años de cine desde su estreno, cuando detectamos los tics y el encasillamiento de sus actores. Porque, a día de hoy, ¿quién no ríe sólo con escuchar la voz aguda de Gracita Morales? ¿O al ver la cara de paleto de Alfredo Landa? Sin embargo, esto no resta atractivo a Atraco a las tres, simplemente lo reafirma, como oportunidad de ver a este grupo de grandes del cine español en una película que se convierte en su mejor vehículo de lucimiento.

Y aunque Forqué maneje a sus criaturas por los nudos de esta comedia de enredos a las mil maravillas, Atraco a las tres parece haber perdido buena parte de su frescura pasado este tiempo, después de tantos robos, después de tanta picaresca, después de tanta torpeza made in Spain. Sólo remontar la vista atrás sirve para dar fe de su importancia en la comedia española, un paso de gigante hacia la ironía y el sarcasmo ante una sociedad poco alentadora, más aún para la cultura. Resulta así curioso encontrar cómo la película toma prestados ciertos estereotipos del cine negro o la comedia física para trasladarlos a la España franquista. Ejemplo de ello es esa pseudo femme fatale en la que deriva la Enriqueta de Gracita Morales o el intento de Groucho Marx que representa José Luis López Vázquez, así como las situaciones que nos recuerdan a tantos episodios del cine mudo.

Pero lo que salva a Atraco a las tres es que no pretende ser una comedia blanca sobre un intento fallido de robo por la inutilidad de sus ladrones. Aprovecha la ocasión no sólo para dar crédito de una época, sino para criticar, de forma sutil -dado que había una censura que evadir- todo lo criticable de la misma. Con una frase como ’más vacas y menos pantanos’, la película ya daba su pequeño latigazo al régimen, logrando que los censores ni se inmutaran. En un lugar como un banco, donde el capitalismo puro y duro prima, los personajes no se preocupan del dinero con la avaricia del que desea enriquecerse a toda costa. No hay cabida para el egoísmo porque desde un primer momento surge la idea de repartir el bote y el dinero vendría a cubrir las necesidades básicas de los personajes, aunque soñar es gratis y piensen en probables caprichos. Porque Forqué deja claro que, a pesar de sus puestos de trabajo, ninguno de los seis puede presumir de una boyante situación económica, lo cual da fe de la situación real de la España de los 60, huyendo del costumbrismo y el folklore de los films anteriores.

Por méritos propios, Atraco a las tres se ha convertido en un referente en la cinematografía española, no sólo por su propuesta por intentar hacer un cine de calidad huyendo del españolismo chabacano, sino porque, al fin y al cabo, está hablando de nuestros abuelos, de los amigos de nuestros abuelos, de los vecinos de los amigos de nuestros abuelos; de gente cercana y honrada que, por necesidad, se ve obligada a aparcar lo éticamente correcto para enfrascarse en el escurridizo robo a un banco. Y es que, en todo drama, siempre hay un toque de comedia, aunque sea castiza.

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