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They can't take Shakespeare away from him

They can't take Shakespeare away from him

Antes de que el musical volviera a ponerse de moda en los últimos años, Kenneth Branagh dirigió una película de la que hoy pocos se acuerdan. Y como era de esperar, no iba a hacerlo sin su querido William Shakespeare. Así que qué mejor que coger la obra Trabajos de amor perdidos y echarla a la batidora con las canciones de Porter, Gerswhin o Berlin y los números musicales de Esther Williams, todo ello aderezado con un toque de los años treinta, Europa y la Segunda Guerra Mundial. El resultado: un encantador musical fácil de digerir, con regusto a clásico y a melancolía de tiempos dorados, los del teatro isabelino y el cine musical.

En sucesivas ocasiones había demostrado Branagh su talento para adaptar los textos shakespearianos a la gran pantalla sin fracasar en el intento (Henry V, Mucho ruido y pocas nueces, Hamlet), contando con el beneplácito de crítica y público. Pero con Trabajos de amor perdidos se atrevió a ir un poquito más allá, combinando su amor por el escritor y los musicales clásicos de Hollywood. Y al riesgo de Branagh no le falta inteligencia: entre soneto y soneto, las canciones vienen como anillo al dedo para cada situación, cada emoción, cada momento. Nos enamoramos con Cheek to Cheek, bailamos al ritmo de I won’t dance, decimos adiós escuchando They can’t take that away from me. En la Navarra de cuento que recrea la película, William Shakespeare y Cole Porter eran vecinos.

Branagh además se reserva, cómo no, un papel en la película, perfecto para bailar, cantar y recitar los monólogos de Shakespeare como sólo él sabe hacerlo. No está solo; le acompañan actores jóvenes más y menos consagrados (desde Alicia Silverstone o Natasha McElhone a Alessandro Nivola y Adrian Lester) y otros curtidos en el teatro, como Nathan Lane o Timothy Spall. Una compañía que combina los versos y el claqué lo mejor que puede, pero sin perder la frescura y la gracia en ningún momento.

A pesar de que parece destinada a caer en el olvido, Trabajos de amor perdidos, sin grandes pretensiones, mira con melancolía a una época en la que el amor era en technicolor y se recitaba en verso al ritmo de pasos de baile. Y aunque sea en un tiempo y un espacio ficticios, ¿por qué no intentar hacerlo perdurar con notas, palabras y celuloide?

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