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Lost in Mongi

Tu vuo' fa l'americano

Tu vuo' fa l'americano

Por mucho que se quejara Renato Carosone de la americanización de su país, el western no iba a ser menos e Italia tuvo el privilegio de dinamitar los principios de las rectas películas del Oeste gracias a un director llamado Sergio Leone y a lo que se vino a llamar Spaghetti Western. Así que, admirador confeso de John Ford, Leone decidió abordar el género pero no para fotocopiarlo, sino para darle una nueva entidad, la de la visión de un italiano campando a sus anchas por los naranjas valles del Oeste americano.

Y en un Por un puñado de dólares lo importante para su personaje principal, Joe, es la pasta, pero no italiana, sino metálica: un tipo que se mueve, nada más y nada menos que por dinero, y que no duda en servirse de la rivalidad entre dos familias para conseguirlo, sacando tajada del conflicto entre ambas. Un desconocido Clint Eastwood que no se molesta en defender a un niño al que echan a patadas como hubieran hecho un John Wayne o un James Stewart. Así que, desde el principio, Sergio Leone nos está advirtiendo que estamos ante un nuevo tipo de cowboy. Su apariencia -el poncho mejicano, la falta de aseo, el cigarrillo enrollado por sus manos- no es más que una primera señal de que Leone está dando a luz a un nuevo estereotipo, el que más tarde llevará nombres como Harry el sucio en la misma piel de Clint Eastwood.

Pero no es sólo eso. Nos encontramos también ante una nueva puesta en escena que convierte a la cámara en una cazadora de miradas, sonidos y silencios, que no hacen más que acrecentar la tensión de la rivalidad, del duelo. Unas imágenes que, por descontado, sin la música magistral de Ennio Morricone no significarían lo mismo. Aunque, si hay algo indudable, es que Sergio Leone conoce muy bien las armas con las que cuenta y no duda en valerse de ellas para narrar su historia. Aprovecha las posibilidades del formato amplio, llegando a enmarcar varias acciones en una misma escena y jugando con puntos de vista nunca contemplados, como el de una pistola al apuntar. Y el mérito está en que la cámara no distrae; se convierte en nuestra mejor aliada para observar todo lo que acontece de la manera más participativa posible. Porque Leone no engaña: Por un puñado de dólares no pretende ser una moralina, no es más que entretenimiento puro y duro.

Y lo peculiar es que el entretenimiento de la película no viene dado por la historia, que no destaca por su originalidad, sino por la manera en que se saca partido de las herramientas para contarla. Parece inevitable sentir el peligro que se advierte en las miradas que Leone enmarca en planos cortos y cercanos, el dolor de una paliza, la ira de dos familias enfrentadas, y todo ello es fruto de una sabia dirección. En un pueblo en el que sólo hay dinero y muerte, como atestiguan varias frases lapidarias de la película, la cámara sabe hacerse un hueco para sacar de allí un espectáculo, el de un tipo sin escrúpulos que, como en una comedia clásica de enredos, malmete jugando a la confusión para dejar el pueblo, al menos, limpio del vil metal. Porque no es éste un western romántico o evocador, sino todo lo contrario: Leone saca a la luz toda la suciedad que el polvo del desierto americano deja en los cuerpos, las ropas y las almas de sus habitantes.

La suma de todos estos aspectos rompió con las convenciones de un género que, aunque no muerto, había sido abordado hasta la saciedad, y permitió a Europa dar su testimonio sobre la única mitología genuinamente americana. Después de Por un puñado de dólares el western nunca volvería a ser el mismo.

2 comentarios

Caperucita Rusa -

Me apropio de ese primer párrafo como si hubiera salido de mis dedos (que no pluma, porque esto es un teclado...).

Y hablando de situaciones raras en las que hemos visto una película... Pues casi no me acuerdo de las películas así que como para acordarme de las situaciones, pero de alguna que otra sí, como de la vez que viendo Ni una palabra (qué truño) tuve que irme de la peli porque tenía un borracho al lado, con la mala fortuna de que a los 15 minutos me di cuenta de que me había dejado el bolso y tuvo que entrar el acomodador a cogérmelo.

Otro momento estelar que recuerdo fue la primera vez (de las seis...) que vi El talento de Mr. Ripley en el cine, porque me senté en la quinta fila, sola, y vino un hombre mayor, dejó dos sitios, y durante los primeros diez minutos juraría que me estuvo mirando de forma muy extraña, como si le recordara a alguien, y luego se fue de la sala.

Y cómo olvidar nuestras siestas en la sección de Horizontes Latinos del Festival de San Sebastián... Como angelitos. Pero eso realmente no fue VER la película. Porque aún me acuerdo de aquélla de la huelga de la que sólo vi un plano. Y lo gracioso es que me acuerdo de él!

Pero sin duda, creo que la mejor es lo divertido que fue ver Nine Songs, con los chavales cohibidos de al lado y la mujer que torcía el cuello en la butaca de delante. Memorable.

Un besote!

Sonique -

He de admitir que es de los pocos western que he conseguido ver de principio a fin... ¡y sin dormirme! Es más, puedo y debo admitir que me gustó (nunca lo admitiré delante de mi padre :P).

Claro que, quizá la haga más inolvidable las circunstancias en las que la vi: unos treinta grados en la calle, en un cuchitril llamado salón sin ventilación ni nada parecido, y con un alemán de dos metros a mi lado viviendo la película como si fuera un vaquero más y silvando las canciones. Qué cosas, en vez de pensar 'dónde me he metido', conseguí meterme en la película.

Ahora que lo pienso, sería divertido hablar de cuál es la situación más rara en la que has visto una película. Ahí queda, caperucita :D