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La vida es sueño

La vida es sueño

Tendemos a tomar por más real aquello que es ficción. Nos emociona más una película que un informativo. Incluso, cuando soñamos, somos más sinceros y hacemos las cosas que realmente queremos hacer. Y aunque seamos conscientes de esa realidad que encierra todo sueño y toda ficción, tendemos a separarlos en mundos opuestos que parecen tener prohibido tocarse. Pero hay una frontera en la que realidad y ficción conviven, y allí se sitúa Vivir rodando, segunda obra del antes director de fotografía de Jim Jarmusch, Tom DiCillo. Una película que juega con metaficciones, con metarrealidades, con nuestra percepción de sueño y vida, realidad y ficción.

Vivir rodando nos sitúa ante el mismo día de rodaje pero visto de tres formas distintas. En la primera de ellas, nos sumergimos en el sueño del director frustrado, interpretado por Steve Buscemi, un cuento donde la realidad es en blanco y negro y la ficción viste llamativos colores. La segunda ocasión nos lleva a la mente de la actriz (Catherine Keener), donde blanco y negro y color funcionan al contrario. Por último, en la realidad, donde el equipo trabaja para filmar una escena que remite a un sueño, todo es en color, aunque no por ello menos falso y artificioso. Porque las realidades ocultas que hemos conocido a través de los sueños enmudecen por miedo a salir a la superficie en la vida real. Así, el director tiene que tragar con las ínfulas de sus estrellas como puede, además de acallar la atracción que siente hacia su actriz. Entonces ¿qué es real y qué es ficción? ¿Acaso no es más real lo que hemos visto en sueños?

DiCillo no escatima el proyecto y aprovecha para dar su visión sobre ese mundo del cine que fue el causante de que una película como Vivir rodando tuviera que ser sufragada por él y buena parte del equipo, en labores de interpretación, guión y producción. Y el acierto es que no teme en lanzar dardos también contra sí mismo, autoparodiando e ironizando el cine independiente y arremetiendo contra el star-system que quiere participar en él porque da buena imagen. Nos presenta el cine como una ciencia nada exacta, un arte en el que el azar tiene un hueco importante para que todo funcione bien. Aunque seamos conscientes de que se hace un cine de grandes superproducciones, Vivir rodando apela a una concepción del cine como un arte que se puede hacer en minúsculas, aunque sólo haya ganas y no medios. Y aunque no lo pretenda, de alguna manera, la película idealiza el cine, sobre todo para aquéllos a los que nos ha tocado el gusanillo alguna vez.

Vivir rodando juega con dobles y triples sentidos y eso la convierte en una película rica en lecturas e interpretaciones. Tras un siglo de existencia, cada día cobra más importancia esa frase que dice que a veces el cine es más real que la vida misma. Y aunque hacer cine es un sueño barato y una realidad muy cara, siempre se ha dicho que, con esfuerzo, los sueños pueden hacerse realidad. Por lo menos para seguir rodando, en ambos sentidos.

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