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Arte vs. industria

Arte vs. industria

Desde el tren que entraba veloz en la estación de Lyon hasta el último movimiento de la varita mágica de Harry Potter han sido muchos los apelativos que se han dirigido al cine, muchos los derroteros por los que se ha querido encauzarlo. Muchos los que han visto en él una fábrica de sueños; otros tantos, de billetes verdes. Pero haciendo caso a eso que Riccioto Canudo dijo sobre que el cine es el séptimo arte, son muchos los que han atentado contra esta concepción durante este siglo y una década de existencia. Y eso es lo que nos viene a mostrar Carles Benpar en este ensayo audiovisual en el que los cineastas derrotan por k.o. a los magnates.

El porqué de esta victoria está en la firme decisión de Benpar de mostrar sólo un lado del combate. Durante los cien minutos de proyección vemos desfilar a Stanley Donen, Milos Forman o Woody Allen, pero nuestra ansia de réplica en boca de un Ted Turner o cualquier otro titán de la televisión o la publicidad no se ve satisfecha en ningún momento. Benpar da sólo voz a aquellos que han sufrido en sus carnes el autoritarismo de un medio o magnate que se cree dueño de las obras que ellos crearon, como artistas, como autores. Pero entre tanta estrella y discurso memorizado, a veces da la impresión de que Cineastas contra magnates pretende ser, más que una reivindicación necesaria por parte de unos artistas, una bonita exposición de las caras conocidas que pueden conseguirse con un arduo esfuerzo de producción.

A pesar de ello, la virtud indiscutible de una pieza como Cineastas contra magnates es su capacidad para sacar a la palestra una serie de hechos que han vulnerado los derechos morales de tantos y tantos autores. Como dice Woody Allen en el film, a nadie se le ocurriría hacer manualidades con un Picasso alegando que lo ha comprado y le pertenece. Pero parece ser que, para la sociedad en general, esto no es lo mismo que colorear El halcón maltés o desvirtuar el formato de El hombre del Oeste. Benpar instruye aquí al espectador sobre unos acontecimientos que en su mayoría desconoce y que, seguramente, cambiarán su opinión sobre hechos que, con el tiempo, ha aceptado como convencionales. Pero quizá la forma en que lo hace no sea la más acertada. La decisión de colocar a una mujer florero como hilo de cohesión de las anécdotas que componen el film no parece resultar más que un gancho para cierto público que podría sucumbir ante lo denso de lo narrado o la excusa perfecta para que algunos directores disfruten con la presencia de su interlocutora. Además, el hecho de buscar acontecimientos en la historia de los tiempos que puedan ligarse a la trama del documental es en sí un acierto, pero verlos representados como un capítulo de Érase una vez el hombre no hace más que conseguir que el espectador se sienta tomado por un alumno de instituto. Y es que Benpar se olvida, en ocasiones, de que el público no necesita comer puré; sabe masticar él solito.

De todas formas, estos asuntos no quitan el mérito a Cineastas contra magnates, ya que hace una reivindicación cuanto menos necesaria sobre una manipulación de la que no sólo salen mal parados los creadores objeto de ella, sino también el espectador, que ni siquiera es consciente del engaño.

Y no todo acaba aquí. La duración del material al finalizar el rodaje excedía las tres horas, así que Benpar promete volver con una segunda parte, Cineastas en acción, centrada sobre todo en las denuncias y movilizaciones llevadas a cabo por los cineastas reivindicando sus derechos.

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