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Lost in Mongi

El hombre del Oeste

El hombre del Oeste

En la inmensidad de Monument Valley, un vaquero camina solitario. No vemos su rostro, pero sabemos quién es. En el imaginario colectivo, la figura del cowboy estará, por siempre jamás, asociada a un nombre: John Wayne. Él es el Zeus de esa mitología inventada por y para los americanos, la cual conocemos como western.

Pero en Centauros del desierto John Wayne no es el héroe. Lucha en la guerra, cabalga durante años y salva a la chica, pero John Ford nos deja claro que alguien tan arrogante, testarudo y, sobre todo, racista, como Ethan Edwards no merece ser considerado como tal. Y nos lo demuestra cerrándole la puerta, literalmente, en las narices. Porque el héroe recibe los vítores y alabanzas por el triunfo, pero Ethan no. Llegó solo y se irá solo.

Ford supedita la puesta en escena, la planificación, a su historia. Una historia que sigue una estructura circular: la bella imagen de Martha Edwards abriendo la puerta de su casa, al contraluz, para recibir a su cuñado, se repite al final, cuando la señora Jorgensen abre la puerta para recibir a la ya no tan pequeña Debbie. Pero hay otro círculo que quizá pueda pasar más desapercibido. El gesto cariñoso con el que Ethan solía coger en brazos a su sobrina le sirve, como una especie de déjà vu, para recordar los motivos que le impiden matarla.Otro punto fuerte del film es la fotografía, de la mano de Winton C. Hoch, que viene a evocar la belleza y grandiosidad del desierto americano por el que campan Ethan y Martin Pawley, hijo adoptivo de su hermano después de que el propio Ethan lo salvara de los indios cuando era un niño. Las panorámicas de la cámara de Ford remarcan la horizontalidad del paisaje, jugando incluso a colocar a héroes y villanos en diferentes términos del mismo plano.

Pero si en algo reside la maestría de John Ford en Centauros del desierto es en su forma de susurrar al espectador aspectos ocultos de la trama mediante pequeños detalles, pequeños gestos. Sólo con contemplar el modo en que Martha acaricia la capa de Ethan al sacarla del arcón somos capaces de intuir que entre ellos hay más que una relación de cuñados. La dulzura con la que Ethan la besa en la frente no hace más que confirmar nuestra teoría. Ford no muestra, sugiere, y es algo que el espectador agradece. La actitud de Ethan al encontrar a Martha o a Lucy muertas sirve para hacernos a la idea de la imagen desgarradora que ha contemplado, de la violencia con la que han sido asesinadas, de que su muerte sirva como combustible para encender aún más su odio por el pueblo indio. No hace falta sangre, sabemos qué ve porque lo hemos visto muchas veces.

Además, Ford se vale de una serie de objetos recurrentes a lo largo de la película, empezando por la ya citada capa y pasando por la muñeca de trapo o la medalla que Ethan regala a Debbie. Incluso una carta, la única que Martin envía a Laurie en cinco años de ausencia, sirve como excusa para narrar, de forma paralela, las penurias de la pareja Ethan-Martin durante su segunda partida en busca de Debbie.

Y es en la relación entre Ethan y Martin donde podríamos encontrar la mayor debilidad de Centauros del desierto, porque durante los años que pasan siguiendo el rastro de la pequeña, Ethan parece seguir teniendo los mismo prejuicios hacia Martin, e incluso le trata con la misma prepotencia que el primer día. ¿Acaso recorrer todo el desierto americano, sus silencios, su escasez, no es suficiente para que dos hombres se conozcan y establezcan una relación de mínima intimidad? Está claro que, de vez en cuando, Ford levanta la capa de Ethan y nos deja ver algún recoveco del aprecio que siente hacia Martin, pero no es suficiente. Cinco años dan para mucho. El acierto está en que, a pesar de que Ethan ridiculice a Martin por no tener familia o ser pobre, el espectador sabe que el personaje interpretado por John Wayne se lleva la peor parte: a diferencia de éste, Martin sí podrá formar una familia.

Así, con la historia de este perdedor, John Ford nos narra un relato en el que los héroes no son tan héroes y los villanos no son tan villanos; en el que, con un poco de atención, nos regala significados ocultos en gestos y actitudes; en el que muchos ven el culmen de ese género que conocemos como western.

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