Blogia
Lost in Mongi

La memoria en las manos

La memoria en las manos

Dice el poema homónimo de Pedro Salinas:

Hoy son las manos la memoria.
El alma no se acuerda, está dolida
de tanto recordar. Pero en las manos
queda el recuerdo de lo que han tenido.
(...) También recuerdan ellas, mis manos,
haber tenido una cabeza amada entre sus palmas.
(...) Teniendo una cabeza así cogida
nada se sabe, nada,
sino que está el futuro decidiendo
o nuestra vida o nuestra muerte
tras esas pobres manos engañadas
por la hermosura de lo que sostienen.
Entre unas manos ciegas
que no pueden saber. Cuya fe única
está en ser buenas, en hacer caricias
sin casarse, por ver si así se ganan
cuando ya la cabeza amada vuelva
a vivir otra vez sobre sus hombros,
y parezca que nada les queda entre las palmas,
el triunfo de no estar nunca vacías.

Y es quizá el hecho de no tener el recuerdo entre sus manos lo que le ocurre a Ennis del Mar. Quizá hasta que no encuentra, escondida en el armario abandonado de la habitación de Jack, la camisa que perdió aquel último día en Brokeback Mountain, no llega a comprender que la memoria no es más que pasado y el pasado, en el presente, no es nada. Quizá por eso jura, por haber tardado en darse cuenta de que podía haber revivido los días en Brokeback en un lugar más allá de su cabeza. Quizá por eso su camisa abraza ahora en su armario la camisa vaquera con la que Jack limpió su sangre. Y le abraza en su interior por haberle negado la oportunidad de amarse más allá de esa Arcadia particular, más allá de sus propias fantasías irrealizadas. Puestos a ser infelices, puestos a morir asesinados por amor, ¿por qué no intentarlo? ¿Acaso no es aún más trágica la vida que le espera a Ennis, pegada su alma a un par de camisas y una postal en una caravana en medio de ninguna parte?

Y es que hay ciertas personas como Ennis que se quedan encerrados en una caravana, en un desván, o simplemente en sí mismos, creyendo que el hecho de repetir una y otra vez en sus cabezas los momentos más felices de su vida basta para ser feliz. Creyendo que, ante la imposibilidad de ser felices por causas tan injustas como ajenas a su amor, es mejor vivir en el recuerdo de algo que ni siquiera ha ocurrido. Pero ¿puede llegar la ficción a hacernos creer que somos felices? Fingimos vidas normales, sonrisas, estados de ánimo. ¿Podemos llegar a creer que fingiendo conseguiremos ser felices? No. Siempre nos quedará un armario que abrir, una camisa que mirar para sentir todo el dolor que experimentamos en algún lugar, en algún tiempo.

Últimamente me he preguntado a mí misma por qué necesito fotografías de todo. Me pasaría la vida fotografiando cada instante, cada paso que doy. No puedo soportar que sean efímeros, no puedo soportar no agarrar ese instante o ese paso y congelarlo cuanto quiera. Y el simple hecho de ver dos veces una película puede hacerte caer, de repente, en la cuenta de que no es más que eso, esa ansia de poseer la memoria en las manos, como decía Salinas, porque yo, como Ennis, como tantos otros, creo en el déja vu como sustento ante el miedo. Y aunque jure, como él, tantas y tantas veces, no hay manera de dejar ciertos recuerdos que se han pegado como el hielo de una montaña como Brokeback Mountain. Porque, mientras no inventen un remedio para el olvido a la venta en farmacias, ¿cómo dejar de amar? ¿Cómo dejar de recordar, de sentir? ¿Cómo olvidar cuando sólo queda una camisa o una foto de lo que amamos? Sólo el bucle en nuestras cabezas, la ficción de un recuerdo idealizado o de una memoria no vivida. Es lo único que queda para jurar, como Ennis, aquello que quiera que jure cuando acaba Brokeback Mountain.

0 comentarios